La isla de Rindö: Los primeros pasos de una historia

La isla de Rindö: Los primeros pasos de una historia

Rindö descansa en el archipiélago de Estocolmo, entre miles de islas que, como fragmentos de una tierra antigua, salpican el Báltico. Su historia arranca mucho antes de que el hombre moderno pusiera un pie aquí. Los arqueólogos han encontrado rastros de asentamientos de la Edad del Bronce —herramientas de piedra, restos de hogueras— que sugieren que ya entonces la gente valoraba este lugar por sus bahías protegidas y sus aguas llenas de peces. En la era vikinga, entre los siglos VIII y XI, Rindö probablemente fue un punto de paso para comerciantes y guerreros que navegaban desde Escandinavia hacia las tierras del este. Imagina barcas largas deslizándose por las olas y marineros barbudos descansando junto al fuego en la orilla: esta isla fue testigo de sus sagas.

Por cierto, el nombre Rindö tiene raíces antiguas. Algunos lo vinculan con la palabra sueca antigua rind, que podría significar “corteza” o “escudo”, un guiño a la protección natural del lugar: bosques y rocas que resguardan del viento y de los enemigos. Siempre ha sido un sitio estratégico, y su destino se entrelazó con la historia de Suecia.

La era de las guerras y las fortalezas

El gran giro en la historia de Rindö llegó entre los siglos XVIII y XIX, cuando Suecia, con un ojo puesto en las amenazas de Rusia y otras potencias, decidió blindar sus fronteras marítimas. El archipiélago de Estocolmo se convirtió en una línea clave de defensa, y Rindö, en una de sus fortalezas. En el siglo XVIII empezaron a construir las primeras defensas, pero el verdadero auge vino en el XIX con el fuerte Oskar-Fredriksborg. Bautizado en honor al rey Óscar I, este fuerte formaba parte del sistema que protegía la entrada a Estocolmo por el estrecho de Oxdjupet.

Si hubieras estado allí en esa época, habrías visto murallas de piedra imponentes, cañones apuntando al horizonte y soldados patrullando la costa. En los años 1860 lo equiparon con los cañones más punteros de la época, y más tarde, a principios del XX, añadieron túneles subterráneos y almacenes. Durante la Guerra de Crimea (1853-1856), aunque Suecia se mantuvo neutral, Rindö estaba en alerta máxima, por si acaso. Y en las Primera y Segunda Guerras Mundiales, la isla siguió siendo un puesto militar, velando por la paz de la capital.

Pero el tiempo pasó, los cañones envejecieron y, a mediados del siglo XX, el valor militar de Rindö se apagó. El fuerte quedó abandonado, y la isla podría haber caído en el silencio, de no ser por un nuevo capítulo en su historia.

De la guerra a la vida tranquila

Tras el fin de la Guerra Fría, el gobierno sueco decidió darle un nuevo aire a Rindö. En los años 90, los edificios militares empezaron a transformarse para uso civil. Las antiguas barracas se convirtieron en casas, y los almacenes, en talleres y galerías. La isla comenzó a atraer a quienes buscaban paz e inspiración lejos del jaleo de la ciudad. Hoy, Rindö es un rincón tranquilo con unos 1.200 habitantes, donde la naturaleza y la historia se funden en una armonía increíble.

Una de sus joyas es Rindö Hamn, un pequeño puerto que antes era militar y ahora es una acogedora marina para vecinos y navegantes. Ahí ves casitas rojo y blanco de finales del XIX junto a apartamentos modernos que encajan perfectamente en el paisaje. Y cerca, las ruinas del fuerte, un recordatorio de su pasado glorioso.

Curiosidades de Rindö

  • Secretos subterráneos. Dicen que bajo la isla aún hay túneles ocultos donde los militares guardaban municiones. Algunos están abiertos a turistas: oscuros, pero emocionantes.
  • El faro vigía. En la costa de Rindö hay un faro construido en los 1880 que guía a los barcos por las aguas traicioneras del archipiélago. Todavía funciona, dándole un toque romántico.
  • Vida en ferry. Hasta 2016, solo se llegaba a Rindö por agua, pero ahora hay un ferry gratuito desde Vaxholm cada 15 minutos. Es como un saludo del pasado al presente.

Mi Rindö: acogimiento en lo cotidiano

Y ahora te cuento cómo es vivir en un piso en Rindö Hamn. Cuando me mudé aquí, me flipó cómo la isla cambia tu forma de ver la vida diaria. No hay prisas urbanas, y las tareas de siempre se convierten en pequeños rituales. Ir a comprar, por ejemplo, ya no es una rutina, sino una aventura. Me subo al pendel båt, una barquita que va entre las islas, y navego por las aguas brillantes del archipiélago. El viento en la cara, las gaviotas chillando encima, y llego a Vaxholm a por pan fresco y queso local, para luego volver contemplando el atardecer.

En casa, pongo en la mesa un ramillete de flores silvestres que recogí en el bosque cercano y me hago un té. La vista al puerto, con los barcos meciéndose, calma el alma, y el silencio de la isla me envuelve como una manta calentita. Vivir en Rindö me enseña a ir más despacio y a encontrar alegría en lo simple: un paseo hasta el viejo fuerte o un café en la veranda. Es un lugar donde la historia respira en cada piedra y la naturaleza hace que cada día sea un poco más mágico.

Rindö un paseo a mi lado